lunes, 25 de mayo de 2009

"Se llama Esperanza el corazón de Sevilla"


José María Rubio pregonó a la Esperanza de Triana en el XXV aniversario de su Coronación

Era una mañana de esas en las que, desde que amanece, sabes que algo importante va a suceder. El Teatro Lope de Vega se había llenado como en 1991. Todos venían a rememorar aquel Pregón de la Semana Santa en el que temblaron hasta los cristales de la lámpara de araña que cuelga desde lo más alto.

Hace dieciocho años, José María Rubio dejó en el aire una de las afirmaciones más célebres que se recuerdan de los pregones de la Semana Santa: “Dicen que no tiene nombre / el corazón, es mentira, / porque se llama Triana / el corazón de Sevilla”. Pero ayer, durante el Pregón que venía a rememorar los XXV años de la Coronación Canónica de la Esperanza de Triana, el galeno cambió los esquemas de aquella rotunda frase. “Vivo en un barrio / que se llamaría Esperanza / sino fuera porque Dios /quiso ponerle Triana”. Era el inicio de uno de los mejores versos que ayer se escucharon sobre aquel teatro.

“Esperanza de Triana”, de Manuel Marvizón, puso punto y final a una cita que acabó con un estallido de aplausos en honor al pregonero. Por el patio de butacas había miradas que venían a resumir lo que sentían todos.

El Pregón se había iniciado con la marcha “Esperanza de Triana Coronada”, de José Albero, que en los instrumentos de la Banda Sinfónica Municipal sonó mejor que nunca. Alfonso de Julios, el teniente de hermano mayor y vigía de los actos conmemorativos, presentó a Rubio como cristiano comprometido, investigador y humanista. Tras los sones de “Soleá dame la mano” tomó la palabra el pregonero que miró a su familia antes de que sus ojos desembocaran en los papeles.

Los folios de ayer llevaban escritos un texto hermoso, cuidado y profundo. Habían venido acurrucados en las mismas pastas que labró Juan Borrero cuando éste pronunció el Pregón de la Semana Santa. Su oración arrancaba en el Convento de las Mínimas. Allí un azulejo rememora la alta cota a la que llegaron las aguas en una de las múltiples riadas que ha padecido el viejo barrio. “Desbordada Triana, hasta esta altura llegó un día la Esperanza”, dijo. En efecto, el pregonero hacía una hermosa analogía con la marea desbordada que reza, cada día a la Virgen de la calle Pureza.

A lo largo de todo el texto se sucedieron escenas de la Coronación Canónica de la Esperanza de Triana que se iban intercalando con historias personales y convicciones reales. Desde un transplantado por el que rezó mientras bajaba a la Virgen de su altar a una defensa de la vida expuesta con la más exquisita elegancia: “la vida que en todas la madres no solo tiene que ser respetada sino bendecida y adorada porque es lo más sagrado que existe”, aseguró.

La conmemoración del cuarto centenario de la primitiva hermandad de las Tres Caídas trajo, de nuevo, la profundidad en cada una de las palabras que se iban desmenuzando desde el atril: “No es el tiempo, es la vida la que hace justicia / y nos va situando cerca o lejos de Él, / de ese hombre en el suelo de la calle Pureza / que levanta al que cae con la fuerza de Dios”.

Corona de espinas
Fue conmovedora la escena en la que la Esperanza de Triana le hablaba al Cristo de las Tres Caídas, asumiendo su cercana muerte: “En la eterna madrugada / de las esperanza rotas / voy detrás de tus pisadas / buscando besarlas todas”. En el final de aquella historia, la Virgen se quedaba con sus espinas: “Duerme hasta entonces Rey mío / yo te guardo la corona”.

José María se había abrazado, para entonces, a la historia de un barrio que tenía su réplica en el cielo. La Esperanza hablaba en primera persona; primando sus atenciones en los necesitados del barrio por encima de coronas y cultos catedralicios. Mientras tanto, el pregonero le escribía la más bella declaración de amor de quien espera volverse a encontrar con Ella en el cielo: “Algún día, de tanto esperarme, / marinera a esta orilla del río, / con tu barca vendrás a buscarme”.

Quince veces interrumpió el público a un pregonero que se dejó la piel en la soledad de su despacho mientras escribía el Pregón. Un texto rotundo, sin efectismos buscados, escrito desde la sinceridad de quien habla emocionado y emociona hablando. Y si sumamos las palabras - las de hoy y las de hace dieciocho años - nos queda la convicción, José María, de que el corazón de Sevilla lleva por nombre Esperanza.

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